Teologia Índia na Igreja – Artigo de Eleazar López Hernández
Eleazar López Hernández[1] Centro nacional de ayuda a las misiones indígenas. Introducción Toda teología, cristiana o no, asume como tarea primordial hablar de la experiencia de Dios que tenemos las personas y las comunidades creyentes; así damos razón de la esperanza trascendente que anima nuestra vida en medio de los trajines del tiempo y del espacio en que nos movemos. La teología no nace del conocimiento frío y abstracto de una realidad objetivada, que se halla frente a nosotros, sino de un contacto personal y cercano con Dios, que nos llena y nos envuelve con su ser y con su actuar. Hablar de teología como ciencia no es para señalar que ella resulta de una medición rigurosamente aséptica de las cualidades de Dios mirado en sí mismo, sino que es fruto de ese abrazo vivificante del amor divino; es resultado de haber experimentado y saboreado la ternura y misericordia del Creador o Formador de todos, del Salvador del mundo. Por eso no se puede hablar de Dios, si antes no se ha hablado con Dios descubierto en la vida. La teología, por ser palabra que intenta explicar el encuentro entre la inmensidad divina y la finitud humana, es siempre una aproximación limitada por nosotros hacia Aquel en quien vivimos, nos movemos y existimos (cf. Hch 17,28); Quien está a la izquierda y a la derecha, atrás y adelante, abajo y arriba de nosotros; El Que está cerca y junto, y que habita en nuestro corazón; Ese Ser que lo rebasa todo. Es una tarea casi imposible comunicar a los demás el misterio de Dios que disfrutamos. Por eso, porque la teología se empeña en algo que no cabe en ninguna de las categorías del conocimiento humano, ella tiene necesidad de ir más allá del lenguaje discursivo que se preocupa por elaborar ideas claras y distintas, para lanzarse a navegar por el lenguaje simbólico y la analogía en orden a darse a entender, aplicando a Dios las mejores metáforas de la experiencia humana. En el esquema cristiano, reconocemos que Dios, siendo absolutamente trascendente, se comunica y nos salva, saliendo al encuentro de nuestras limitaciones y utilizando las mediaciones que están a nuestro alcance, hasta el grado de enviar a su Hijo que se mete totalmente en nuestra realidad humana y aparece enteramente semejante a nosotros, menos en el pecado. La teología cristiana supone necesariamente un don sobrenatural que subsana nuestras deficiencias naturales para comprender la revelación plena de Dios en Jesucristo. En ese sentido lo que llamamos Teología india es la vivencia, celebración y comunicación de la experiencia de Dios que acompañó a nuestros antepasados en su largo proceso de nomadismo, de sedentarización y de altas civilizaciones y culturas; es la sabiduría que ayudó a nuestros abuelos a mantener la resistencia y la identidad propia en el contexto de la conquista y colonización europeas; y es también la perspectiva religiosa que orienta y da sentido trascendente a nuestra lucha actual por ganarnos el lugar que nos merecemos en la historia y en la Iglesia. La Teología india no es de ahora, sino que ya lleva un largo andar de siglos y milenios, pero es tan nueva y actual para las comunidades indígenas porque sigue respondiendo a sus necesidades de hoy. No es fruto de coyunturas porque nace y echa raíces en el terreno mismo de la existencia indígena, pero se ajusta a las coyunturas del momento asumiendo sus retos y desafíos. No surge de la Institución eclesiástica porque es anterior a ella y es teología popular, pero se mueve y se acondiciona dentro de los espacios eclesiales, en donde le permiten reproducirse. No es de libros porque se apoya en la tradición oral de las sabias y sabios de los pueblos, pero está aprendiendo a expresarse también en la escritura y lógica de libros. Germina y florece en los cerros, pero también la podemos llevar a las ágoras y plazas de las ciudades. La Teología india es singular porque los pueblos de este continente nos hemos hermanado en la unidad de nuestra herencia milenaria, en la unidad del dolor provocado por los 500 años, y en la unidad de nuestras luchas actuales por la liberación; pero la Teología india sigue siendo plural pues adquiere muchos rostros concretos según el contexto económico, social, cultural y religioso de cada comunidad y de cada momento. La Teología india, aunque siempre ha existido, no siempre ha sido considerada en su justo valor, a veces ni siquiera por los mismos indios. En 1990 ella resurge en la Iglesia sacudiéndose los polvos del camino o de los rincones de la casa donde se la había relegado; y a partir de entonces ha hecho un rápido recorrido que la ha llevado a ser tema de interés creciente en asambleas, congresos, simposios, conferencias episcopales y eclesiales. Ya en Santo Domingo (1992) se habló de ella indirectamente, pues la Iglesia se comprometió con los pueblos indígenas a “acompañar su reflexión teológica, respetando sus formas culturales que les ayudan a dar razón de su fe y esperanza“.[1] Pero ahora en Aparecida (2007), aunque no se logró poner el término “Teología india” en el documento oficial, por razones que no son de fondo sino de forma, ella fue materia explícita de muchos debates. De modo que estamos en un nuevo momento para la Teología india; momento cargado de promesas y esperanzas, pero también marcado todavía por temores e incertidumbres, que vale la pena analizar para vislumbrar el futuro que le espera a esta teología dentro o fuera de la Iglesia. Aparecida y la Teología india Aunque hay que reconocer que en la Iglesia ningún documento del Magisterio pontificio o episcopal es en verdad punto de partida de nuevos procesos eclesiales, porque cada documento sólo refleja el consenso logrado hasta el momento y su pretensión es reforzar o matizar lo que las bases eclesiales ya están llevando a cabo, Aparecida manifiesta sin embargo, a mi parecer, un momento kairótico al interior de nuestra Iglesia que puede ser el inicio de una nueva etapa eclesial sobre todo en lo que se refiere a la causa indígena. Varios son los indicadores de ese nuevo momento, y los indígenas, sin pretenderlo, hemos llegado a ser un punto importante de referencia. El papel que jugamos antes, durante y ahora después de Aparecida dan cuenta de esta nueva relación intraeclesial que se construye. Aparecida es el reflejo de lo que somos y de lo que queremos ser como Iglesia latinoamericana. Y, en ese sentido, aunque era sólo reunión episcopal, finalmente fue como una cancha de juego donde interactuamos los diversos grupos de fieles cristianos que formamos la Iglesia en América latina. Cada uno jugó impulsando la estrategia que creía más adecuada y logró lo que pretendía en la medida que supo moverse dentro de la cancha y con las reglas del juego, tomando en cuenta también la fuerza y la estrategia de los contrarios. Ciertamente a los indígenas y a nuestros compañeros de equipo nos metieron goles, – eso no se puede negar – pero también nosotros metimos goles en Aparecida. Y eso cuenta mucho y habrá que hacer, al final del juego, una valoración seria y serena de lo que sucedió, a fin de sacar las lecciones que ese magno evento deja a nuestra Iglesia y a los pueblos indígenas del continente. Los indígenas en la preparación de Aparecida Es un hecho que a muchos miembros de nuestra Iglesia no les interesó participar en la preparación de Aparecida. El desencanto y la desesperanza que pesa sobre la sociedad en relación a la pérdida de credibilidad y de significancia de la Iglesia, influyó también para que muchos creyentes católicos no se sintieran tan animados a aportar para la expresión de palabras pastorales que de antemano veían como intrascendentes o de mínima repercusión. Los indígenas, en cambio, acudimos, como siempre, a todos los espacios y mecanismos de consulta que los pastores dispusieron en función de Aparecida. Respondimos a las fichas y preguntas del Documento de Preparación (DP). Hicimos muchos aportes para expresar nuestra palabra, pero planteamos también observaciones críticas a la guías, a la perspectiva metodológica y a los grandes vacíos existentes en el DP. Dijimos abiertamente lo que pensábamos: “El análisis hecho en el DP sobre la globalización neoliberal, que se impone a las mayorías, es demasiado ligth, es decir, sin posicionarse críticamente frente a los desafíos que esa globalización presenta. Hace falta un pronunciamiento profético más contundente, que desenmascare el mal encerrado en ese modelo de sociedad. .. Frente esa sociedad organizada con parámetros antienvangélicos, debemos renovar nuestra capacidad profética para anunciar la liberación de los pobres y para denunciar a los causantes de su desgracia. No podemos seguir con actitudes tibias y ambivalentes. ..En el DP se notan omisiones y ausencias importantes, que habrá que llenar con los contenidos necesarios: Aunque se mencionan los hechos históricos de la vida de la Iglesia latinoamericana, éstos no se conectan suficientemente con la historia del caminar profético y pastoral de la Iglesia latinoamericana, que ha buscado hablar y actuar desde las mayorías pobres del continente. En el DP se plantean las cosas como si no hubiera existido ese caminar eclesial latinoamericano. La Iglesia no inventa en cada momento su acción en el pueblo; ella tiene una historia que la respalda, una tradición que le da sentido, y con la que ella establece continuidad. Si olvidamos este referente de la tradición nos volvemos veletas que el viento de las coyunturas sociales hace perder el rumbo y no sirve para orientar”. [2] Así mismo participamos en los eventos que fueron organizados específicamente para los indígenas (sacerdotes, religiosas, laicos) con metodologías y perspectivas más acordes a nosotros. Ahí elaboramos con mayor libertad nuestro pensamiento y lo hicimos llegar a los organizadores de la V Conferencia. Por ejemplo los sacerdotes indígenas de México, reunidos en Puerto Escondido por convocación de la Comisión Episcopal para Indígenas, expresamos así nuestras preocupaciones: “A veces, no podemos o no sabemos cómo manejar el sentido crítico de la historia de la Iglesia; pues creemos que ella es la buena en la historia, y los malos son los demás, los conquistadores. La verdad es que la Iglesia no vino en otro barco distinto, sino en el mismo barco de los conquistadores y para la misma empresa; ella fue utilizada para la implantación de la sociedad colonial. Ella realizó la conquista espiritual de los pueblos, como ideología de la conquista material. Es una verdad que no podemos negar”. “Reconocer la verdad histórica nos hará libres. Cuando reconozcamos lo que sucedió y nuestra responsabilidad de Iglesia en tales acontecimientos, esta verdad nos purificará y estaremos en posibilidad de un cambio de actitud, podremos bajar del barco de los poderosos y montarnos en la canoa de los pobres. Todavía la Iglesia no se baja del barco del sistema; mentalmente aún está ahí. Hoy nos hallamos de nuevo ante el problema de los grupos de poder que quieren manejar la Iglesia al servicio del sistema dominante … que abierta o solapadamente se ponen y están a favor del orden establecido y en contra de quienes tenemos opciones que nos unen a los pobres y excluidos”. .. “Si los misioneros se unieron a los que vinieron a someter a los indígenas a la sociedad colonial, no pudieron mostrar la verdad sobre Dios y sobre el hombre, al menos no de manera adecuada. Más aún redujeron y afearon la verdad de Dios y de humanidad que estos pueblos ya tenían. Una evangelización hecha con la espada no es verdadera evangelización. Eso lo dijo en su tiempo Fr. Bartolomé de las Casas en su libro Del único modo de atraer a la verdadera religión”. “Ahora se sigue actuando como hace 500 años, muchos siguen pensando que los indígenas no conocemos a Dios, ni a Jesucristo o dudan de que en verdad nos hemos convertido a la fe cristiana. Pero la verdad es que aquí ya estaba Dios presente, ya estaba el Hijo de Dios, ya estaba el Espíritu. Y no sólo en semilla, sino en árbol y con frutos, gracias a la respuesta que nuestros antepasados dieron a las mociones de Dios en su historia y en su cultura. El servicio que podía hacer la Iglesia misionera era explicitar y ampliar esa presencia de Dios para posibilitar la comunión, la catolicidad de los indígenas en un pueblo de Dios, hecho de muchos pueblos; pero eso no lo hizo la Iglesia.” “Si hoy se aplasta la voz y el aporte indígena, los pueblos pierden, pero también la Iglesia pierde la oportunidad histórica de cambiar las cosas”… “Los indígenas somos pueblos profundamente religiosos y tenemos mucho que aportar a la Iglesia y, con ella, aportar a esta sociedad que ha perdido su sentido religioso. Nuestra perspectiva religiosa coincide maravillosamente con el planteamiento de NS Jesucristo, porque es integral, es antisistémico y sueña que “otro mundo es posible”. La Iglesia ganará mucho si se abre e incorpora decididamente a los indígenas en su seno. Este es el momento de superar definitivamente la queja de Juan Diego ante la Tonantzin Guadalupe: “Me mandas a un lugar donde no ando y no paro”, implementando una inclusión no sólo de los individuos indígenas tomados de una manera aislada, sino de los pueblos con su historia, con sus organizaciones, sus culturas y experiencia religiosa; con su teología y ministerialidad autóctona”.[3] Con los responsables de la Pastoral indígena latinoamericana formamos un Equipo de expertos y expertas indígenas e indigenistas para que acercaran nuestra voz a quienes debatirían en Aparecida. Eso se hizo en el contexto del III Simposio latinoamericano de Teología india organizado por el CELAM en Guatemala, en octubre de 2006, sobre el tema de la Cristología indígena. Ahí se crearon condiciones nuevas de diálogo intraeclesial, y eso se expresó en el mensaje final del Simposio: “Al término del Simposio damos gracias a Dios por los dones recibidos y por los grandes avances que hemos alcanzado. Ciertamente, en el ambiente eclesial ahora podemos mirar de manera más tranquila y confiada las legítimas diferencias teológicas, los aportes específicos de los indígenas y las preocupaciones doctrinales de los pastores de la Iglesia. Unos y otros tenemos necesidad de “dar razón de nuestra esperanza” con argumentos válidos y sobre todo con una vida consecuente”. “Por la experiencia tenida en el Simposio, podemos afirmar que es posible caminar juntos, unidos en la fe y en el amor de Dios, obispos, teólogos y agentes de pastoral, acompañando a las comunidades en la inculturación del Evangelio de Jesucristo, desde la vida y reflexión teológica de los pueblos indígenas. Nos alegra comprobar nuevamente que Jesucristo, sacerdote y profeta, no es un problema para los pueblos indígenas; El ha sido anunciado y asumido, El es vivido, reflexionado y celebrado por los creyentes indígenas de maneras muy variadas, según sus culturas y experiencias religiosas ancestrales. Esto nos compromete como Iglesia a mirar al Señor en los rostros de sus hijos y de sus criaturas”.[4] El Documento de Síntesis para Aparecida, que un Equipo especialmente designado por el CELAM confeccionó durante varias semanas, recogió todos los aportes de las Conferencias episcopales del Continente, y los condensó en un escrito en el que quedaron también las voces indígenas amalgamadas en un conjunto amplio que no satisfizo completamente a todos, pero ayudó a mostrar las líneas fundamentales del caminar y de las búsquedas de nuestras iglesias particulares. Los indígenas durante Aparecida En este punto conviene recordar que en Santo Domingo (1992), por celebrarse en una fecha emblemática que era el cumplimiento de los 500 años del llamado “Encuentro de dos Mundos”, hubo participación indígena en la preparación[5] y, sobre todo, en la inauguración de la IV Conferencia general del Episcopado latinoamericano mientras estaba el Papa Juan Pablo II, en que se hizo gala del folclor indígena. Pero durante los debates ya no fue tan notoria esa presencia; y, sin embargo, finalmente el mismo ambiente ayudó a meter algunos cuestionamientos y planteamientos que pedían una nueva relación de la Institución eclesiástica con los pueblos indígenas. En base a los resultados puestos en el documento final de Santo Domingo, se puede afirmar, como lo hizo Mons. Bartolomé Carrasco Briseño, Arzobispo de Oaxaca, encabezando a otros obispos de la Región Pacífico Sur, que: “Santo Domingo pasará a la historia como la Conferencia de la Inculturación del Evangelio y de la Pastoral Indígena. Prácticamente todos los tópicos surgidos de la Pastoral Indígena fueron tocados en Santo Domingo y se puede decir que con la misma frescura de su origen en las bases, por más que algunos no hayan valorado suficientemente estos temas o que incluso hayan querido limitar su espacio”. [6] Lo que sucedió en Aparecida fue más allá de Santo Domingo, pues en ella la voz indígena resonó más fuertemente a través de los obispos que la llevaron y sobre todo de indígenas mismos que la impulsamos desde fuera y desde dentro de la Conferencia. Cinco de los expertos designados por el CELAM en su equipo asesor para asuntos indígenas fueron asumidos como delegados o peritos de la V Conferencia; adicionalmente episcopados de varios países como Brasil, Guatemala, Panamá, Ecuador y Bolivia designaron como sus representantes a obispos comprometidos con la causa india. De modo que la voz indígena llegó muy fortalecida a Aparecida y se había preparado para ello. En la inauguración el Papa Benedicto XVI alabó la obra de los primeros misioneros, al mismo tiempo que la predisposición de los indígenas al Evangelio de Cristo ya que “la sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos… Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar”. [7] Sin embargo, dos frases del Papa en el discurso inaugural, al afirmar que: “El anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña”, y al añadir: “La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado”[8], suscitaron una reacción violenta de varios líderes indígenas de todo el Continente; lo que puso en tensión a la Conferencia de Aparecida y exigió de ella clarificaciones y rectificaciones. La voz de esos líderes indígenas de Brasil, Chile, Perú, Guatemala, fue muy contundente y los de Ecuador la expusieron de la siguiente manera: “Los Pueblos y Nacionalidades Indígenas del Continente de Abya Yala (América) rechazamos enérgicamente las declaraciones emitidas por el Sumo Pontífice en lo que se refiere a nuestra espiritualidad ancestral, .. “Si analizamos con una elemental sensibilidad humana, sin fanatismo de ninguna especie, la historia de la invasión a Abya Yala, realizada por los españoles con la complicidad de la Iglesia Católica, no podemos menos que indignarnos. Seguramente el Papa desconoce que los representantes de la Iglesia Católica de ese tiempo, con honrosas excepciones, fueron cómplices, encubridores y beneficiarios de uno de los genocidios más horrorosos que la humanidad haya podido presenciar”. “Más de 70 millones de muertos en campos de concentración de minas, mitas y obrajes; naciones y pueblos enteros fueron arrasados, basta ver el caso de Cuba, y para sustituir a los muertos trajeron a los pueblos negros que sufrieron desgraciada suerte; usurparon las riquezas de nuestros territorios para salvar económicamente a su sistema Feudal; las mujeres fueron cobardemente violadas y miles de niños murieron por desnutrición y enfermedades desconocidas. Todo lo hicieron bajo el presupuesto filosófico y teológico que nuestros ancestros “no tenían alma”. Junto a los asesinos de nuestros heroicos dirigentes siempre estaba un sacerdote u obispo para adoctrinar al condenado o condenada a muerte, para que se bautice antes de morir, y por supuesto a que renuncie a sus concepciones filosóficas y teológicas…” “Las iglesias cristianas y de manera particular la Iglesia Católica tienen una inmensa deuda con Cristo, con los pobres del mundo, y con los Pueblos y Nacionalidades Indígenas que hemos resistido a semejante barbarie. Si bien el Estado Español y el Vaticano no pueden resarcir las consecuencias del monstruoso genocidio, el Jefe de la Iglesia Católica debería al menos reconocer el error cometido, como lo hiciera su antecesor Juan Pablo II en relación con el Holocausto Nazi, y aprender de Jesús que siendo Cristo para dar su mensaje se encarnó en la cultura del pueblo hebreo con respeto, y fue coherente puesto que predicó el mensaje con su ejemplo asumiendo todas las consecuencias de ello.”[9] Esta voz indígena clara y fuerte incomodó terriblemente a nuestros obispos, teólogos e invitados de Aparecida, pero jugó también a favor de que se tomara más en serio la causa indígena dentro de la Iglesia. Se estaba así dando cumplimiento a la profecía hecha por Mons. Leonidas Proaño, cuando manifestó al final de su vida: Los indígenas “han comenzado a abrir los ojos, han comenzado a ver, han comenzado a desatar su lengua, han comenzado a recuperar su palabra, han comenzado a decirla con valentía, han comenzado a ponerse de pié, han comenzado a caminar, han comenzado a organizarse, a realizar acciones que pueden convertirse en acciones de trascendental importancia para ellos, para los países de América, para muchos países del mundo”.[10] También se cumplía la reflexión visionaria que Don Bartolomé Carrasco, el Tata de los indígenas de Oaxaca, hizo en ocasión de la emergencia indígena de los años noventa: “Con estos indígenas crecidos y adultos, -que tienen conciencia, voz y organización propia-, debemos dialogar, en adelante, nuestras propuestas pastorales. No importa que, por el momento, no sean ellos el sector mayoritario de la población indígena. Ya que, querámoslo o no, ellos son ahora la conciencia crítica de los demás; de modo que tarde o temprano su voz alcanzará espacios todavía más amplios. No le tengamos miedo a este reto, pues de él saldrán ellos más crecidos en su personalidad y nuestra Iglesia se purificará haciéndose más transparente y congruente con su misión que no es colonizadora, sino evangelizadora”.[11] Por eso varios obispos se atrevieron en Aparecida a defender abiertamente, y en momentos a contracorriente, las propuestas indígenas y los avances alcanzados en la Iglesia en cuanto a ministerios autóctonos y Teología india. Ellos no lograron todo lo que se requería, pero mostraron hasta dónde están dispuestos a llegar por este camino en defensa de los derechos indígenas no sólo en la sociedad sino también en la Iglesia. Mons. Álvaro Ramazini, presidente de la Conferencia episcopal de Guatemala, lo expresó con las siguientes palabras, a dos días de que el Papa pronunciara su discurso inaugural: “Los pueblos indígenas del continente, a la par que buscan afianzarse en su identidad y reinvindicar sus derechos sufren las consecuencias del liberalismo económico de diferentes modos. Estos pueblos con sus valores son una contribución para abrir posibilidades de un mejor futuro a la humanidad entera. Ellos en su perspectiva religiosa integral involucran a Dios en todas las realidades humanas y esperan de la Iglesia católica una actitud de amor profundo, de respeto, de valoración y reconocimiento de lo que son. Los procesos de una verdadera inculturación del evangelio y el desarrollo de una reflexión teológica desde sus realizaciones culturales concretas, en el entendido que “Cristo , siendo realmente el Logos encarnado, el amor hasta el extremo, no es ajeno a cultura alguna” (Benedicto XVI, discurso inaugural) no son ni por asomo un intento de volver a dar vida a las religiones precolombinas, “separándolas de Cristo y de la Iglesia universal” (ibid) esperan de nosotros dedicación, responsabilidad, pero sobre todo un vivo amor pastoral”.[12] Este posicionamiento profético desató los nudos de la tensión provocada por el manejo antindígena que se estaba dando a las palabras pontificias de inauguración, y provocó que en las asambleas y en las comisiones de Aparecida hubiera un debate fuerte y serio sobre la realidad de los pueblos amerindios y sobre la Pastoral indígena de la Iglesia con todas sus implicaciones. El presidente de la Conferencia episcopal de Panamá también se lanzó al ruedo y fue el primero en hablar explícitamente de la Teología india en la Iglesia. “Por todo lo anterior, creemos que la celebración de la VCG de Aparecida debe ser un kairós que nos lleve a asumir retos y posturas concretas:” Otro de los grandes defensores de la Teología india en Aparecida fue Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, responsable de la Pastoral indígena del CELAM y de la Conferencia del Episcopado mexicano. Él fue prácticamente el referente imprescindible para la defensa de la causa indígena y de la Teología india dentro de la V Conferencia; para ello ofreció a la Asamblea los datos estadísticos de la población indígena del continente, el diagnóstico de la realidad social y eclesial respecto a los indígenas, la emergencia actual de este sector; habló de los diálogos habidos entre las Conferencias nacionales y el CELAM sobre Teología india, señalando ante sus colegas obispos que “es creciente el consenso de considerar “teología” a la llamada “Teología India” y argumentando sobre la necesidad de “escuchar sin prejuicios sus contenidos, definir sus logros, dificultades y deficiencias”[14] Seguramente estas intervenciones fueron las que lograron en primer lugar algo realmente inesperado, que el Papa hiciera una especie de rectificación de sus primeras palabras en Aparecida, declarando el 23 de mayo en Roma: “Ciertamente el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización del Continente latinoamericano: no es posible olvidar los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales. Pero la obligatoria mención de esos crímenes injustificables —por lo demás condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y por teólogos como Francisco de Vitoria, de la Universidad de Salamanca— no debe impedir reconocer con gratitud la admirable obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos”. [15] Un segundo logro de los defensores de los indígenas fue que desde la redacción inicial del borrador de Aparecida se pusiera el término Teología india por petición explícita de varios obispos; pero no se pudo mantener esta inclusión en el recorrido posterior del documento por una cuestión meramente de procedimiento canónico. Y es que, – según me explicó, en diálogo privado, el Cardenal Levada, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe -, aunque en todo el proceso del diálogo intraeclesial se ha concluido que no se debe regatear el término de verdadera “teología” al pensamiento religioso indígena, la Santa Sede, que es la instancia mayor de la Iglesia, no se ha pronunciado todavía al respecto; de modo que se no procede utilizar oficialmente el término en documentos del Magisterio, en tanto Roma no haya dado esa aprobación. Lo cual no significa que se haya condenado la Teología india. Sólo hay que esperar que los tiempos se cumplan. Lo que los indígenas no ganamos en Aparecida Muchos creíamos con optimismo que Aparecida ratificaría el uso en la Iglesia de la expresión Teología india en base al consenso logrado a través del diálogo institucional que comenzó en 1999 dentro de varias Conferencias Episcopales de América latina, con el Consejo Episcopal latinoamericano, CELAM, y con miembros y expertos de la Curia Romana, donde las dudas, malos entendidos y sospechas existentes se ventilaron abiertamente y fueron discernidos con respuestas adecuadas y suficientes. Pensábamos que la limpia o purificación que las hermanas mazatecas le hicieron en la Basílica de Guadalupe al Papa Juan Pablo II en 2002 había hecho su efecto en toda la Iglesia como una especie de exorcismo que sacaría los malos espíritus que se habían metido en la Institución eclesiástica. Pero no fue así: en algunos sectores con mucho poder eclesiástico aún persisten los temores y prevenciones respecto a las implicaciones de la inculturación del Evangelio, de la Iglesia, de los ministerios sagrados, de la liturgia, de la reflexión teológica en el mundo indígena. Para ellos sigue siendo motivo de gran preocupación hablar de Iglesia autóctona, de Diaconado indígena, de Teología india, porque les suena a introducir modelos eclesiológicos extraños o a hacer planteamientos atrevidos que ponen en riesgo la integridad de la fe cristiana o la unidad eclesial. Esto es lo que muchos percibimos incluso en la Carta de suspensión de nuevas ordenaciones de Diáconos indígenas, enviada por el Cardenal Arinze a Mons. Felipe Arizmendi[16] Este contexto marcado por dudas, sospechas y prejuicios fue lo que puso más trabas en la discusión de los temas indígenas en Aparecida ya que, después de largos debates en las comisiones y en las asambleas de la Conferencia, donde los defensores de la causa india lograron, con argumentaciones sólidas, que la pastoral indígena, que incluía la Teología india, se fuera amacizando poco a poco, desde el principio, en la elaboración del documento, el término Teología india fue quitado en el camino. Y los 17 presidentes de Conferencias episcopales presentes en el momento de la discusión final tuvieron que firmar una solicitud expresa para que se repusiera y se debatiera explícitamente su incorporación. Lo que llevó a un hecho inédito en nuestra Iglesia. Después de escuchar la oposición del Prefecto de la Congregación para Doctrina de la Fe, que es autoridad mayor, el presidente de la Asamblea puso a votación individual el asunto y el resultado fue que 59 votos estuvieron a favor del uso del término “Teología india” dentro de la Iglesia y 63 votos se adhirieron a la negativa de usarlo oficialmente por el momento. La diferencia fue mínima y habla de un nuevo momento episcopal, que preanuncia hasta dónde pueden llegar nuestros pastores para defender lo que ellos consideran válido y legítimo en la vida eclesial. La razón por la que no ganamos esta lucha la encontramos en la posición de quienes en la Iglesia no entienden o se oponen a la perspectiva indígena porque la consideran peligrosa, ideologizada o al margen de la ortodoxia cristiana. Ellos, consecuentemente, actuaron en Aparecida para bloquear o aminorar la voz indígena o de los defensores de los indígenas, haciendo aparecer fantasmas que sólo existen en las mentes medrosas y cargadas de prejuicios. Desde mucho antes de Aparecida grupos ultraconservadores, respaldados seguramente por algunas instancias de autoridad en la Iglesia, se dedicaron a difundir la idea de que los indígenas e indigenistas, en una especie de complot malévola, estábamos preparando un “asalto a la V Conferencia”. Fueron los mismos que animaron y celebraron la “Notificación” a Jon Sobrino por sus supuestas faltas a la fe en Jesucristo. En noviembre de 2004 fue distribuido de manera anónima, es decir, sin identificar el nombre de los autores ni su domicilio, pero con el logotipo del CELAM en el lomo y con la mención al final de un indefinido Agrupamiento laical “Lumen gentium” de Zapopan, Jalisco, un folleto intitulado: “Resurge la disidencia de los teólogos de la liberación, Gestación del asalto a la V CELAM”.[17] A partir de una lectura totalmente sesgada de los hechos que marcaron la vida de la Iglesia latinoamericana después del Concilio vaticano II, los autores del folleto en cuestión, concluyen que en vez de “trabajadores para la mies en América latina”, que fue lo que solicitó el Papa Pío XII, llegaron “sembradores de cizaña”, que produjeron primero la “teología de la liberación” y ahora la “teología india”, ambas “de matriz marxista”. El folleto enumera una larga lista de estos “sembradores de cizaña”, donde ponen a obispos, teólogos, expertos y asesores de todo el Continente que, según ellos, directa o indirectamente, contribuyeron a los “frutos amargos del Concilio”, a la introducción del “humo de Satanás en la Iglesia”, a la creación de una “nueva secta” de la “Iglesia Popular”, que nos ha llevado al “trágico proceso de oscurecimiento de la fe y perturbación de la genuina evangelización”. Los autores del panfleto enfocan su atención a la figura de Mons. Samuel Ruiz García, Obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, a quien ellos atribuyen la “revisión de los argumentos” para sustituir la teología de la liberación por la teología india, y la iglesia popular por la iglesia autóctona, que conlleva el diaconado indígena y el sacerdocio uxorado de los indígenas. Según los autores del folleto, la esperanza de rectificación de las posiciones de Mons. Samuel Ruiz se dieron con el Coadjutor, Mons. Raúl Vera O.P. pero éste “recibió muy pronto la remodelación intelectual, que lo convirtió en disidente”. De modo que, una vez removidos ambos, el nuevo Obispo de San Cristóbal, Don Felipe Arizmendi Esquivel, debería ser el verdadero rectificador, pero, según este Agrupamiento laical, resultó peor que sus antecesores, pues persiste en “rescatar del aislamiento y expandir el proyecto de la teología india y la iglesia autóctona, en su condición de Presidente de la Comisión episcopal de Pastoral indígena, de la CEM, y de responsable de la Sección de Pastoral indígena del Departamento Vida y Cultura del CELAM”. De modo que la conclusión que ellos sacan es que: “Así, lo que en octubre de 2003 parecía reducido al caso de las diócesis de San Cristóbal de las Casas y la de Riobamba, ahora se expande como explosión inesperada a muchas diócesis de México y Centro América con la intencionalidad de afectar los temas de los cuatro ‘Encuentros regionales’ del CELAM”; lo que para ellos, esos son claramente los “ecos del asalto” a la V CELAM. [18] Miembros de este sector ultraconservador de la Iglesia se presentaron en Aparecida y pretendieron forzar las cosas hacia la descalificación tanto de la Teología de la Liberación como de otras teologías emergentes en América latina, incluida la Teología india. Pero no lo lograron; lo más que alcanzaron fue, a nivel de redacción, matizar los aportes de los defensores de la causa india, diciendo, por ejemplo que los indígenas “están en la raíz primera de la identidad latinoamericana y caribeña” (DA 88) en vez afirmar que son la raíz primera del continente; o en otra parte que “las culturas indígenas se caracterizan sobre todo por su apego profundo a la tierra y por la vida comunitaria y por una cierta búsqueda de Dios” (DA 54) en vez de señalar que se caracterizan por su profundo sentido religioso. Fueron también miembros de este sector los que pusieron en el apartado 10.8 el título “Integración de los indígenas” en vez de incorporación u otro término que mostrara que la Iglesia va más allá de los programas gubernamentales integracionistas del pasado, donde se considera que los indios estamos mal por hallarnos fuera de la sociedad envolvente, que es la que tiene los bienes de la humanidad y de la Iglesia. Fueron estos mismos sectores quienes, durante los debates en Aparecida, adujeron una y otra vez principios de la fe cristiana como “Jesucristo, único camino” o “fuera de la Iglesia no hay salvación” con una lectura rigorista y fundamentalista que anularía toda diversidad teológica pues, según ellos, no hay nada que añadir a lo que hasta ahora se tiene en la Iglesia Católica. Reflejos de este debate se hallan en varios números de Aparecida como el 95 y el 531. A mi parecer, fueron ellos también quienes interfirieron para que la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Pontificia Comisión para América latina, CAL, y el CELAM, que se reunieron en septiembre 2007, después de Aparecida, no tomaran una decisión aprobatoria sobre el uso del término ‘Teología india’ en la Iglesia. Estos grupos ciertamente tienen influencia y logran obstaculizar el proceso, pero no consiguen la condenación de la Teología india; porque la decisión institucional tomada en septiembre del 2007 es que el diálogo se mantendrá y se reforzará sobre los contenidos, metodología e implicaciones de la Teología india dentro de la Iglesia. Y ahí seguiremos ofreciendo a las hermanas y hermanos en la fe lo mejor que los pueblos indígenas tenemos. Lo que los indígenas ganamos en Aparecida Muchas cosas logramos los indígenas en Aparecida y que ya han sido señalados: En primer lugar estuvimos física y moralmente en Aparecida a través de varios indígenas delegados oficiales de sus Conferencias; a través de obispos defensores de la causa india, de teólogas y teólogos solidarios de Amerindia; a través de hermanas y hermanos indígenas que expresaron su voz fuera de la Asamblea por diversos medios y lograron impacto en muchos obispos. La presencia indígena fue evidentemente notoria y significativa. Los enemigos de la causa india no lograron acallarnos ni condenarnos, aunque hubo intentos de hacerlo. Todo lo contrario: logramos simpatía, acercamiento y diálogo en Aparecida. Poco a poco, fuimos ofreciendo como Juan Diego nuestras flores cortadas en el Tepeyac, y pudimos hacer que teólogos y obispos de Aparecida se fueran sensibilizando y abriendo a nuestra causa. Con auxilio de teólogas y teólogos amigos elaboramos aportes y modos indígenas, sólidamente fundamentados y adecuadamente expresados, que circularon exhaustivamente en las mesas de debate. Todos tuvieron acceso a la palabra y a la perspectiva indígena y la tomaron en cuenta para sus decisiones. No es fruto de la casualidad que al final hubiera un amplio eco de la voz indígena en la Conferencia. Por ese esfuerzo coordinado de los dentro con los de fuera se alcanzó que prácticamente todos los planteamientos de la Pastoral indígena latinoamericana fueron avalados e incorporados en el documento final, aunque algunos hayan sido matizados. Desde luego todo eso es obra del Espíritu de Dios, pero las mediaciones humanas que lo hicieron posible o que más lo facilitaron merecen el reconocimiento de nuestras hermanas y hermanos indígenas del Continente, por la labor que desarrollaron.[19] Palabras de Aparecida sobre indígenas Podemos decir que, tal como quedó el documento oficial de Aparecida, se parece a los trajes típicos de nuestros pueblos, donde, además del colorido policromado, se distinguen las muchas manos que lo confeccionaron. Los hilos especiales de la perspectiva indígena son bastante notorios no sólo por tratar temas netamente de contenido indígena, sino por incluir sobre otros temas la perspectiva indígena. Por eso se puede hacer una lectura continuada de ellos para notar su importancia y fuerza en el conjunto. Es lo que vamos a hacer a continuación, subrayando y resaltando las palabras
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“4) Preocupación por pobres e indígenas: la opción por los pobres, opción evangélica y, por lo tanto, irreversible e irrenunciable, sigue siendo un imperativo categórico de nuestra pastoral, desde una teología del Dios que se compadece por su pueblo y opta radicalmente en Jesús por liberarlo de todo lo que le impide ser y vivir plenamente su dignidad de hijo e hija de Dios. Hemos dicho en otras oportunidades que los indígenas son los “más pobres entre los pobres” y no hay la menor duda de ello. Sin pretender ser oportunistas, no podemos quedarnos al margen de la vida y de la lucha de los pueblos originarios del Continente por su dignidad, por su identidad, por su territorio. Y, en este campo, se hace necesario, tal como se ha venido haciendo en el CELAM con el apoyo de la santa Sede, proseguir con la reflexión de la Teología India, a fin de esclarecer, acoger y potenciar los ámbitos culturales y religiosos que sirvan para evangelizar, acogiendo las “semillas del Verbo” presentes en esos pueblos”.[13]