31/01/2006

Evangelio inculturado y universal

Aporía y energía latinoamericana


 


Diego Irarrazaval


 


Es complicadísima la propuesta de evangelizar desde nuestras culturas y sin exclusiones (vale decir, universalmente). Dicha propuesta rompe pautas discriminatorias implantadas durante siglos. Los actuales procesos de globalización la hacen aún más complicada. Existen muchos obstáculos. Por otra parte brotan energías creativas. Además, surgen hondos interrogantes sobre contenidos y metodologías en la evangelización. A fin de cuentas, dicha propuesta nos fascina, y nos convoca a una mayor sintonía con el Espíritu.


 


Los enmarañados desafíos in-culturales e inter-culturales sobresalen en las ciudades, pero también aparecen en cada rincón de América Latina, debido a los flujos migratorios, al impacto de los medios de comunicación, a líneas posmodernas, y a otros factores. Son desafíos que sólo lentamente son tomadas en cuenta por instancias oficiales de las iglesias, por las teologías y las estrategias de misión. Tendrían que estar en el primer lugar de las agendas eclesiales; lamentablemente carecemos de coraje y de sabiduría.


 


Desde mi ubicación en el sur-andino del continente, me uno a muchos que se preguntan por el incierto porvenir de la evangelización inculturada y universal, hecha por los pueblos latinoamericanos. Ella tiene bellas raíces y ha florecido en la vivencia Guadalupana en México, los rituales afro-americanos, los catolicismos mestizos y sincréticos, y tanto más. Son raíces y troncos sólidos, pero marginales con respecto a las pastorales oficiales. Sin embargo, desde hace dos décadas, sectores de la Iglesia Católica, y luego la Conferencia Episcopal en Santo Domingo, han abrazado la causa de la inculturación. Es algo esperanzador. Pero avanza en medio de grandes obstáculos, aporías, confusiones.


 


¿Cómo enfocar esta temática? La inculturación está en las manos de las comunidades locales, gracias a la obra del Espíritu. Cada pueblo es convocado a in-culturar la fe cristiana, a fin de celebrar la vida. Además, la comunidad eclesial confronta la deshumanización y los ídolos de hoy (y así la vivencia cristiana es ex-culturada de factores negativos). En términos generales, se trata de un pluridimensional proceso de “liberación inculturada” (1) que no tiene barreras. La obra del Espíritu es realmente universal, sin barreras. Al celebrar la vida, ninguna cultura y ninguna religión es descalificada.


 


En segundo lugar, la acción pastoral es inseparable de la meditación y el debate teológico. Admiramos la Buena Nueva que proviene del corazón de Dios y es ofrecida a la humanidad a través del Espíritu de Jesucristo. Estas verdades son interpretadas de varias maneras. Hay varias corrientes teológicas, y algunos sanos debates. Una corriente de opinión es que el Evangelio impugna los seudo-bienestares e ídolos modernos, y que no concuerda con el marketing de lo cristiano; ya que la Buena Nueva ofrece una genuina salvación.


 


En tercer lugar, un buen enfoque es reconocer la misión de la Iglesia en las “acciones del pueblo de Dios a favor de la humanidad” (2). Así actúa Dios y asimismo es la responsabilidad eclesial a favor de la justicia y felicidad humana. De este modo es confrontada la recurrente enfermedad iglesiocéntrica. La Buena Nueva no trae beneficios a una institución religiosa; más bien libera de todo mal. Damos pues un gozoso testimonio de la salvífica presencia de Dios en la humanidad y la creación, y de la Iglesia como sacramento de la salvación universal.


 


En nuestro continente, antes y después de la IV Conferencia de los Episcopados de América Latina y el Caribe (Santo Domingo, 1992), se están implementando diversos programas. Así como en Europa se han trazadas líneas de reinstaurar “culturas cristianas”, o bien de evangelizar la modernidad (3). Por otra parte tenemos el paradigma de la fe cristiana inculturada en cada contexto humano y esto forma parte de un proyecto liberador. Entre estos diversos programas existen tensiones. Existen diferentes rutas, que se entrecruzan, al interior de las iglesias en América Latina.


 


Nuestro enfoque (un cuarto rasgo) tiene como marco los impasses y potencialidades en la modernidad globalizada. Ésta no sólo uniformiza a los pueblos de hoy, sino que también conlleva resistencia y reafirmación de culturas. A la modernidad le reclamamos su promesa de valorar el pluralismo. También la impugnamos. Al respecto, José Comblin señala: la “modernidad es anticultura”, en la ciencia pragmática, el desempleo generalizado, la política arrasada por la economía, la reducción de símbolos a objetos de consumo; y reconoce como desafío humano reconstruír una nueva cultura (4). Por eso, sin ingenuidad es encarada la modernidad, y el inmenso desafío de recrear culturas.


 


Daré tres aportes. La acción cristiana se desenvuelve en medio de asimetrías (mi primera sección). Estamos tensionados por factores globales (mi segunda sección). Estamos reexaminando la evangelización inculturada, con sus aporías y sus energías (la última sección). 


 


1) Resolución de asimetrías.


 


La buena nueva de Jesús fue asimétrica con respecto al pecado en sus expresiones institucionales y personales; también con respecto a ciertas tradiciones del judaísmo que deshumanizaban al pueblo y lo alejaban de su Yahvé. El Maestro confronta estas y otras asimetrías desde la perspectiva del reinado del amable Dios.


 


La solución es pues romper con el pecado, convertirse al Reino, y caminar con el Señor encarnado/inculturado en medio de los pobres que claman la llegada de la Salvación. En base a todo esto, la evangelización a lo largo de la historia es asimétrica con respecto a la maldad, y positivamente favorece relaciones de equidad y amor. Pues bien, la cristianización en América Latina ¿ha seguido esa pauta del Evangelio?, o ¿ha sido asimétrica por ser llevada a cabo desde los poderes, y no desde el sufrido pueblo de Dios?


 


Ahora bien, hoy se desenvuelven fuerzas globalizadas; y se han instaurado nuevos factores asimétricos. Al decir eso no me inscribo en un diagnóstico catastrofista. Por ejemplo: suponer que la globalización aniquilará las culturas latinoamericanas; o bien, las lecturas pesimistas del modo de ser de pueblos pobres. Es cierto que éstos son manipulados por caudillos, y que a menudo les complace estar subordinados a los grupos de poder. También se sienten reflejados (y son alienados) por telenovelas melodramáticas (5). Sin embargo, existen factores globales contrapuestos; algunos son hegemónicos y otros brotan desde los márgenes (como lo expresa el Foro Social de Porto Alegre: otro mundo es posible). En cuanto a la población pobre, existen muchos signos de valoración de sus culturas, de visión crítica de la realidad, de iniciativas y redes propias, de creatividad simbólica y festiva desde la marginalidad.


 


Por lo tanto, creo que hay que estar atentos tanto a las grandes estructuras del mal como a las energías alternativas. Cuando las mayorías sobrellevan pesadísimas injusticias, entonces sobresalen más sus capacidades y espacios de libertad. Existen admirables potencialidades en los pequeños de la tierra, a pesar de la discriminación y opresión sistemática.


 


Una disparidad concreta.


 


Mi labor profesional en medio de la población indígena del Peru me ha mostrado tanto la auto-negación del pobre como su capacidad e inteligencia colectiva. Cuando doy charlas sobre la realidad andina mis interlocutores a menudo dicen que yo puedo explicar lo que ellos no saben; así reproducen su auto-negación. Por otro lado, gente pobre y sabia a menudo me explica lo que ellos saben muchísimo mejor que yo (“el maestro”). Por mi parte, veo mi facilidad para sistematizar, y la gente me halaga por eso. Pero estoy conciente que -de acuerdo con mis categorías- sistematizo la cultura/religión diferente a la mía; así la reinterpreto, y hasta la desfiguro, aunque también aporto al dialogo entre universos simbólicos.


 


Existe pues un desequilibrio institucionalizado, que debe ser encarada tanto por el profesional cristiano (agente pastoral, teologo/a, dirigente social, etc.) como por los sectores populares. A quienes nos consideran líderes y sabios nos cabe renunciar a la superioridad, ser autocríticos de la interacción con otra cultura, y colaborar con las iniciativas de la comunidad. A su vez, a la comunidad pobre le corresponde fortalecer sus capacidades, renunciar a imitar al de arriba, afianzar sus caminos inéditos, y supervisar a los agentes externos.


 


Problemática universal y alternativas.


 


De aquella problemática local damos un salto hacia la cristianización noratlántica. Su misión cristiana se ha desplegado al interior de asimetrías históricas. Ante tal error, algunos pastoralistas y teólogos propician un cambio radical. Por ejemplo, Giancarlo Collet examina la misión moderna proveniente de Europa; ha estado atada a su imperial empresa colonizadora; y, desde el punto de vista de los receptores de la cristianización, “el colonialismo y la misión aparecían formando una unidad en cuanto al tiempo y al contenido” (6). Collet postula que la Iglesia de Occidente no continúe imponiendo sus formas de fe, sus liturgias, sus teologías y sus estructuras como si fuera la norma para otras partes del mundo; y Juan Martín Velasco indica la ruptura con la “forma occidental europea, exportada al resto de los lugares del mundo… y la necesidad de inculturarse en esas otras culturas” (7). Cuando la teología europea hace una opción tercermundista, se plantea “nuestra disposición para escucharlos como coresponsables en la comunicación, que es libre de presión, engaño y manipulación… Y, después de siglos de dominación por parte de la teología occidental, un desplazamiento del punto principal del cristianismo universal hacia el Tercer Mundo” (8). Así no sólo habría simetría, también se afianzarían las preferencias por los marginados.


 


Tal cuestionamiento, hecho desde Europa, es también significativo en América Latina, ya que nuestras iglesias reproducen asimetrías noratlánticas y contribuímos a ser neo-colonizados hoy. En mucha pastoral la racionalidad de origen europeo destruye la sabiduría propia de estas tierras, la pauta urbana es sobrepuesta a la población rural, lo mestizo anula a lo indígena, el machismo latinoamericano destruye la reciprocidad comunitaria.


 


Éstas asimetrías ¿cómo pueden ser resueltas? ¿Existen alternativas? Sí. De partida nos cabe honestamente reconocer atropellos del pasado y del presente. A continuación replanteamos la vivencia cotidiana, de manera que haya equidad entre grupos culturales diversos. En este contexto es posible el dialogo evangelizador entre personas; nadie descalifica al otro, a la otra; más bien se interactua y crece al compartir diferentes culturas; y la norma para dialogar es fidelidad al Evangelio de la Vida. La Buena Nueva da preferencia a gente marginada y supuestamente ignorante (1 Cor 1:26-28). Así ocurrió en la época de San Pablo; y asimismo ocurre en nuestro aquí y ahora.


 


En términos teológicos, Luiz Carlos Susin argumenta que frente a la tendencia “universalista, centralizadora” es necesaria la teología de la inculturación; por su parte, Marcelo Azevedo exalta la inculturación como “novo paradigma no processo de evangelizaçâo… em um mundo de pluralidade cultural e religiosa”, y en otro lugar ha escrito: ya “nâo ha mais como concebir e justificar um cristianismo monocultural; pelo contrario, o resultado universal de uma adequada evangelizaçâo inculturada será um cristianismo multicultural” (9). Esta perspectiva obedece a la naturaleza del Evangelio que siempre se incultura, y que interpela todas las formas de vivir; y también esta motivado por el actual escenario pluri-cultural-religioso.


 


En cuanto a directrices pastorales, un buen ejemplo son las de Obispos del sur-andino del continente. Han puesto acento en el pueblo de Dios (y no en élites ni en unos expertos) que llevan a cabo la inculturación. Han promovido “el protagonismo del laicado andino para optimizar la tarea de la evangelización inculturada en la vida de la Iglesia local y universal” (10). De este modo se van resolviendo las asimetrías que se arrastran por siglos.


           


Voy terminando esta sección. He consignado unas convicciones, en el sur andino, y luego en la realidad europea (en relación con otras partes del mundo). Del dominio de una cultura sobre otra, hay que pasar a la equidad y al dialogo entre diferentes. Tiene que haber corresponsabilidad entre líderes y participantes en los procesos de inculturación. En términos evangélicos, cada uno/una tiene su contribución; no son iguales los dones; ningún don descalifica al otro, sino que se correlacionan entre sí y hay equidad. La teología es nutrida por estos lineamientos evangélicos.


 


2) Tensiones globales.


 


Durante las últimas décadas se ha discutido el carácter inculturado y universal del mensaje cristiano. Al presenciar polémicas entre portavoces conservadores y progresistas me preguntaba si el pleito de fondo es entre dichos sectores de la Iglesia. Parece que no. Más bien, veo que unos factores globalizados son la mayor amenaza al Evangelio. En efecto, gigantescos obstáculos amenazan una genuina inculturación. Recalcaré los siguientes factores: el mercado totalitario, la ambigüedad carismática, el androcentrismo. Creo que si estos obstáculos (y otros) son encarados se hace más posible la misión inculturada y universal.


 


Un mercado omnipotente.


 


Numerosos estudios muestran que el mercado totalitario es complementado por el comportamiento yo-ista y por la comercialización de símbolos religiosos (11). Realidades positivas –como son el intercambio económico, el ser sujeto moderno, la espiritualidad- son enviciadas por el mercado. En todo el mundo, la civilización del mercado ha penetrado y pervierte las culturas/religiones de los pueblos. Esto ocurre a nivel estructural como a nivel del comportamiento de las personas.


 


Las grandes religiones pasan a funcionar y a ser tratadas en términos mercantiles. Esto es explicado por Rodney Stark y Roger Fink: se establece un mercado de adherentes actuales y potenciales, las organizaciones religiosas buscan atraer o conservar sus adherentes, y la cultura religiosa asume características comerciales (12). En cuanto al comportamiento, las personas encaran costos y beneficios de la religión, escogen una religión o ninguna, y como en cualquier mercado, la demanda de consumidores se correlaciona con la oferta de bienes religiosos (13). Estas realidades son cuestionadas por la teología. José Comblin y Alberto Moreira son enfáticos; el primero anota que la “economia occidental invade el mundo… y transforma todos los símbolos de todas las culturas en objetos de consumo”; y el segundo comenta: “la cultura del mercado se aprovecha del símbolo y de la dimensión utópica presente en el cristianismo y en otras religiones” (14). El discurso teológico no puede ser indiferente ante tal amalgama de un tipo de economía con lo religioso.


 


Ciertamente es alarmante como el capitalismo logra utilizar para sus fines las estructuras religiosas y eclesiásticas. Pero aún más grave es que sea idolatrado un mercado desigual y un yo insolidario. A fin de cuentas, impugnamos la idolatría del mercado que atenta contra la vida de pueblos pobres (15). Ese es el gran obstáculo para la fe y su genuina inculturación. Se trata de ídolos generados por minorías pudientes, que también son venerados por las multitudes. Con respecto a esta problemática, las proféticas reflexiones de F. Hinkelammert, Jung Mo Sung, Ulrich Duchrow, José Comblin, tienen que ser tomadas en cuenta por quienes se dedican a la relación Evangelio-culturas. Cualquier actividad inculturadora esta afectada por la macro cultura del mercado y el yo, con sus absolutos. Cuando esto no es tomado en cuenta, andamos en las nubes.


 


Una ambigüedad carismática.


 


El implacable mercado, que instrumentaliza la ciencia y la tecnología, favorece toda clase de calmantes espirituales. A nivel mundial crecen y se consolidan formas carismáticas de ser cristiano, con sus múltiples corrientes y variantes. Son fenómenos polivalentes, debatidos e interpretados con los ojos de las ciencias humanas, y también con los ojos de la fe. Los estudios muestran las atrayentes y cambiantes facetas de lo carismático y lo pentecostal (16).


 


Desde un punto de vista creyente, uno comienza con aspectos positivos y preguntas abiertas. Existe un consenso que la inculturación proviene del Espíritu y se lleva a cabo de muchas maneras. La gama de comunidades pentecostales (protestantes) y carismáticas (católicas) tienen sus modos de sentir la salvación. Nos cuesta reconocer allí la inculturación y presencia del Espíritu. Así opinamos ¿debido a las ambivalencias en estos fenómenos, o debido a limitadas pautas teológicas? Además, constatamos que muchos sectores pobres acuden y son protagonistas de los movimientos pentecostales. La vitalidad pentecostal y carismática en ambientes marginados ¿es asumida por teologías que optan por el pobre? Me parece que éstas religiosidades manifiestan aspectos inculturados del Evangelio. Son asuntos a trabajar.


 


A continuación comento puntos fenomenológicos. Uno: sintonías entre catolicismo y pentecostalismo.  Dos: engañar a los pobres con un tipo de prosperidad. Tres: el dualismo de carácter fundamentalista.


 


Mi primera anotación es sobre confluencias positivas (aunque a veces confusas). Varios estudios en Brasil (17) muestran la afinidad y amalgama entre catolicismo popular, pentecostalismo, y otros sistemas simbólicos. Decio Passos comenta la “afinidade, dialeticamente construída” entre catolicismos del pueblo y los emergentes pentecostalismos. Alberto Antoniazzi aprecia datos: más de 20% de personas participan en celebraciones de otra religión, y entre católicos un 35% cree en la reencarnación (difundida por el espiritismo) y un 15% creen en los orixás (de la religión afro-brasilera). A mi parecer son positivas las formas inter-religiosas; pero no es bueno confundir universos simbólicos distintos, que tienen derecho a sus propias trayectorias.


 


Mi segundo punto. A la religión se la hace caer en trampas económicas (18). La predicación neo pentecostal anuncia la prosperidad material mediante -según el estudio hecho por Martín Ocaña- la “liberación de demonios, confesión positiva, victoria en la guerra espiritual…, fe en Dios”. Una estrategia de católicos carismáticos es interpretar a Jesucristo y a San Pablo (y también es planteado para la Iglesia de hoy) en términos de “acciones concretas de marketing en la promoción de un producto”. La salvación sería un producto para consumidores. Tal interpretación es sacrílega. La inculturación sería reducida a estrechos beneficios económicos.


 


Mi tercer punto. Los fundamentalismos (y en especial unas corrientes neo pentecostales) no toleran a gente diferente a ellos; le clasifican como enemiga, y hasta le asocian al demonio (19). Esta intolerancia ingresa en el imaginario de pueblos sumidos en la pobreza. Se inculcan y reproducen dualismos de bien y mal, Dios y diablo, salvados y condenados. 


 


Termino con sugerencias hechas de Oneide Bobsin, teólogo evangélico. Cabe esforzarnos para que el pueblo pobre -agobiado por enfermedades- tenga una salud integral en armonía con la creación; además una “prática exorcista que desmascare o caráter idolátrico do mercado…; e uma teologia da prosperidade solidaria, no horizonte de um mundo onde caibam todas as pessoas” (20). Es decir, unos ejes de lo pentecostal (sanación de enfermedad, exorcismo, prosperidad) son reformulados en la perspectiva de la solidaridad y de una visión crítica y transformadora del orden vigente.


 


Un esquema androcéntrico.


 


La experiencia nos indica que un potentísimo obstáculo a la felicidad humana es el androcentrismo. Éste se contrapone a la insurgencia de la mujer, al paradigma feminista, a la acción/visión de género, a una sana masculinidad (21). Además, vamos comprendiendo que lo masculino sacralizado se entreteje con la idolatría del mercado, con la injusticia racial, con la manipulación política. Por eso, de la vida cristiana hay que exculturar elementos androcéntricos, económicos, raciales, políticos, etc. Toda esta problemática no suele ser tomada en cuenta por quienes proponen la inculturación.


 


En América Latina solemos lamentar el comportamiento machista (entendido como actitud y acción puntual). La problemática es, no sólo tal o cual acción discriminatoria, sino el conjunto de las relaciones humanas, las dinámicas de poder, y el imaginario simbólico. Todo está centrado en un tipo de masculinidad, que perjudica a la mujer y que también deshumaniza al varón, y que además reduce a “dios” a sus mecanismos hegemónicos. Insisto en este abanico de problemas. El machismo es no sólo atropello a la dignidad humana. Las fuerzas androcéntricas afectan relaciones, poderes, imágenes de Dios. Por eso las alternativas tienen que ser holísticas.


 


Por lo tanto, existen dos dinámicas: exculturar, e inculturar. De la vivencia cristiana hay que exculturar relaciones y creencias configuradas de modo androcéntrico. La cristianización ha reforzado un varón todopoderoso (y así también ha masculinizado a Dios) y una mujer subordinada y sacrificada (y así se ha desfigurado a María). También hay que cuestionar la inequidad en el hogar, en los vínculos sexuales, y en el maltrato del cuerpo y de la afectividad.


 


Por otra parte hay que exculturar poderes asociados a organismos y creencias religiosas (22). La población latinoamericana es marginada y violentada por estructuras del trabajo y del orden político y militar, que se legitiman con herencias del Occidente cristiano. Además, en nuestras naciones sobresalen el caudillismo y las artimañas populistas, que suelen legitimarse con la religión. En cuanto a la existencia de otras culturas y religiones, la cristianización androcéntrica es intolerante y agresiva hacia ellas.


 


Con respecto a mediaciones culturales, en la fe cristiana, hay que exculturar símbolos patriarcales que ponen obstáculos a nuestro acercamiento al Dios de la Vida. Lamentablemente un “dios” es construído a imagen y semejanza del poder androcéntrico. Lo sagrado es representado como omnipotente y excluyente. Tanto la sacralidad como la bendición divina son aprisionadas por esquemas patriarcales. Todo esto merece ser exculturado.


 


El otro lado de la moneda es la capacidad de inculturar el Misterio de la Salvación; a esto contribuye la creciente elaboración teológica con perspectiva de género (23). Es saludable inculturar el Evangelio en las relaciones simétricas entre mujer y varón, en estructuras de poder con participación y con equidad, en el anuncio y celebración de Dios-Amor. De este modo es superado el deshumanizante androcentrismo. Esto lo constatamos en mucha vivencia creyente de la gente común: aman a un Dios misericordioso, y tienen una ética de reciprocidad. En cuanto a organismos oficiales, suelen hablar mucho de amor y justicia, pero maltratan las energías de vida que existen tanto en lo femenino como lo masculino. Gracias a la visión/acción de genero es posible transformar todas las dimensiones de la evangelización.


 


Termino esta sección con lo medular del Evangelio: la liberadora relación entre Dios y el pobre. Esto conlleva que la condición femenina y masculina sean replanteadas en términos correlacionales, a fin de que el pobre viva plenamente. De este modo el androcentrismo es superado, y se va forjando una nueva humanidad.


 


3) Cuestiones en la evangelización.


 


Nos envuelven hondos interrogantes con respecto al escenario global/local con sus señales de un cambio de época, y con respecto al acontecer eclesial. Se revisa y replantea la “evangelización inculturada”. Esta propuesta, difundida en América Latina a partir de los años 80, ¿cómo se desenvuelve en estos  inicios del siglo 21? ¿Es una consigna, puesta en los márgenes de la pastoral? ¿Es un eje en el movimiento renovador? ¿Se han ampliado nuestras preocupaciones?


 


Hace unos años, predominaba el interés en la inserción del Mensaje de Cristo en cada situación cultural. Esta preocupación continúa vigente. Pero hoy estamos atentos tanto a la obra del Espíritu al interior de cada pueblo/cultura/religión, como también estamos atentos a intercambios y vínculos y distinciones entre modos de ser y creer. Hoy sobresale lo inter-cultural que va de la mano con lo inter-religioso.


 


Es decir, se modifican y ensanchan las propuestas. De A: “evangelizar la(s) cultura(s)” se ha ido pasando a B: la “evangelización inculturada”; y ahora es añadida una propuesta C: “evangelización inter-cultural e inter-religiosa”. Los paradigmas A y B son totalmente distintos. Como lo explica Agenor Brighenti: “o primeiro parte da Igreja e de seu trábalho missionário, para anunciar a Boa Nova aos povos e culturas; o segundo, parte dos povos e de suas culturas e do trábalho interno de Deus e de seu Espíritu aí realizado ao longo da historia” (24). No se trata pues de pequeñas diferencias; más bien son muy distintas. La propuesta C (evangelizar entre culturas y religiones) se encuentra en gestación, y podrá afianzarse en las próximas décadas.


 


Este proceso de gestación va trazando unas líneas teológicas. Marcello Azevedo anotaba hace unos años: la evangelización inculturada es hecha en un contexto de pluralidad cultural y religiosa, ya sea en sociedades tradicionales o bien en las culturas moldeadas por la modernidad o la postmodernidad (25). Desde el campo filosófico, Raul Fornet aprecia la “transformación intercultural que se opera al interior mismo de la teología latinoamericana como resultado de la irrupción de la diversidad cultural-religiosa americana en ella” (26). En concreto sobresalen las teologias indias y afroamericanas, con su densidad intercultural. Desde una perspectiva teológica, Giancarlo Collet subraya que el Evangelio exige aprender de las experiencias de los culturalmente “otros”, y esto implica el esfuerzo de “deslocar para dentro do outro e nâo querer percebe-lo com nossos olhos, mas com os dele… a teologia intercultural exige empatia e simpatia… e o reconhecimento do outro” (27). Es decir, se requiere una disciplina de empatía cultural y teológica (y no simple buena voluntad). 


 


También es necesaria la apertura intelectual ante la pluralidad teológica. Es significativo lo ocurrido a nivel del CELAM (28). A comienzos de la década del 90, en un encuentro sobre el método teológico, el obispo Lucas Moreira Neves hablaba del eclipse de la teologia de liberación, que se estaría reencarnando en teologías raciales (¡!), de la mujer, la ecología; otro participante descalificaba la teologia india, que sería contrarrestada por la inculturación del Mensaje. Unos años mas tarde, en las conclusiones de un evento del CELAM se incluye: “la inculturación del Evangelio y de la Iglesia en nuestros pueblos, tanto de raíces indígenas, afroamericanas y mestizas… ante los desafíos de la modernidad postmoderna… y la inculturación de la reflexión teológica”. Tenemos pues, a nivel oficial, señales de cambio.           


 


Pasaremos ahora a revisar tres asuntos: relación entre culturas, misión por parte del pobre, debates en la inculturación. Ciertamente la labor pastoral y teológica encara otras grandes cuestiones; en este ensayo me limito a estas tres. Y, a modo de conclusión, subrayaré la evangelización concreta y universal.


 


La interculturación.


 


Desde sus orígenes (en Palestina y en el Mediterráneo) la evangelización ha sido llevada a cabo en medio de diversas culturas. Ella ni ha sido monocultural ni ha excluido a los secularmente marginados. Esto puede decirse tanto de la difusión del Evangelio en los primeros siglos, como de su fiel desenvolvimiento a lo largo de la historia. Sin embargo, otra constante a lo largo de los siglos ha sido cristianizar desde y con el poder material y político. Esto ha conllevado colonizar y alienar al pobre, y también mucha asimetría y agresión. En parte se debía a la pretensión de poseer “la religión verdadera”; cuando de hecho se trataba de hegemonías sociales.


 


En medio de muchas contradicciones, la evangelización concreta y universal tiene que siempre retornar al paradigma de Pentecostés. “Llenos del Espíritu Santo, se pusieron a hablar en otras lenguas… y cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua nativa” (Hechos 2:4,8). Es decir, entre lenguajes y culturas diversas, es posible la intercomunicación simbólica. Ésta, a los ojos de la fe, es una de las admirables obras del Espíritu,


 


Reconocemos la acción del Espíritu en la tortuosa trayectoria cristiana. De una “inculturación pluriforme” se pasó a un modelo de “cristianismo marcadamente monocultural”, como lo denomina Agenor Brighenti (29). La modernidad, con rasgos colonialistas, implanta un desarrollo económico desigual, y homogeneiza las culturas; además, exporta un tipo de religión europea; y en estos contextos las iglesias de Occidente y sus teologías se preguntan hoy cómo comportarse con los “otros”; según lo anotado por Giancarlo Collet (30). Con una similar inquietud, J.B. Metz auguraba el tránsito: “de una Iglesia europea y norteamericana culturalmente más o menos homogénea -o monocéntrica- hacia una Iglesia universal de raíces culturales muy variadas, es decir, culturalmente policéntrica” (31). Este tránsito a veces nos parece lentísimo; pero así son los largos y complicados procesos culturales. Ciertamente es deseable avanzar hacia un policentrismo que conlleva relaciones simétricas entre culturas. Aquí constatamos señales del Espíritu.


 


Al encarar estas problemáticas vemos mejor la cuestión de fondo: ser fieles al misterio del amor de Dios. Un cristianismo monocultural no sólo violenta la identidad pluriforme de nuestros pueblos, y no sólo imposibilita la misión universal; también obstaculiza la apertura al Misterio. En cualquier evangelización lo más importante es que la comunidad viva bien con el prójimo-pobre y con Dios. Nos apartamos de Dios al constituír una Iglesia monocéntrica (según la terminología de Metz) o monocultural (al decir de teólogos de la inculturación). “Quanto mais monocultural o Cristianismo se apresenta, mais longe dos misterios de Deus está…”, y la “verificaçâo pluricultural representa a mayor aproximaçâo possivel aos misterios divinos” ha dicho Paulo Suess con su acostumbrada lucidez (32). Entonces, no sólo se trata de respetar culturas, o de que la Iglesia dialogue con ellas. La cuestión de fondo es si ante la revelación de Dios estamos, o bien abiertos (mediante lo inter-cultural), o bien estamos sordos y ciegos (mediante lo mono-cultural).


 


En términos sociales, conviene distinguir la multi-culturalidad (que va de la mano con el pluralismo moderno y que es funcional al status quo) de la inter-culturación; ésta puede ser asimétrica, o bien puede formar parte de un proyecto de vida (33). Además, teniendo como trasfondo la opción por la vida del pobre con sus espiritualidades, la relación entre culturas comienza a tomar en cuenta la interacción entre religiones (de los pobres). Una “inter-religionación”. Esta es una nueva pista abierta en la teología latinoamericana.


 


En un escenario globalizado, los pueblos originarios (como anoto en mi ensayo sobre la cuestión intercultural) han ido generando alternativas. Así lo demuestra su biodiversidad, su selección y negociación con respecto a otras culturas, la estrategia de desarrollo desde abajo, la educación intercultural que es impulsada desde la familia y comunidad indígena, los tiempos y espacios cualitativos, el mestizaje articulador y diferenciador. En términos generales, entre sectores de la polifacética población latinoamericana existen potenciales de interculturación. En torno a todas estas realidades, la labor pastoral y teológica hoy esta más preocupada por los potenciales en cada cultura y entre culturas; y ya no se limita a conectar el Mensaje con tal o cual cultura.  


 


También estamos más atentos a lo que ocurre al interior de la evangelización: los encuentros y desencuentros culturales entre quien ofrece y quien recibe el Mensaje. Como anota Mario de F. Miranda: el dialogo diacrónico con formas culturales que fueron insertadas en la fe cristiana, y en sentido sincrónico, el dialogo entre diferentes sectores humanos en una Iglesia particular (34). El mejor procedimiento –señalado por Marcello Azevedo- es que la persona evangelizadora tome conciencia de sus

Fonte: Diego Irarrazaval
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